DOMINGO DE RAMOS

Iniciamos la Semana Mayor en la vida de Jesús, que es la Semana Mayor en la Iglesia. Ha llegado «la hora de Jesús». En varias oportunidades él se refiere a este momento con palabras tales, como: «Mi hora no ha llegado todavía» (Jn. 2, 4); «Jesús se dispuso a subir a Jerusalén» (Mt, 20, 17), o también: «Cuando estaba por cumplirse el tiempo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén» (Lc. 9, 51).
Estos textos nos hablan de un tiempo que se cumplía y de su «hora». Sólo lo podemos comprender desde la conciencia que él tenía de su «misión» en el marco del designio de Dios que: «tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único…. no para juzgarlo sino para salvarlo» (Jn. 3,16-17). Hay una conciencia en Jesús de ser enviado para cumplir una misión, que lo distingue de un predicador ambulante o autoproclamado. La relación con su Padre es decisiva en su vida. Cuando próximo a subir a Jerusalén le dice a sus discípulos: «Ya no hablaré mucho más con ustedes…, pero es necesario, concluye, que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado» (Jn. 14, 30-31).
El ingreso a Jerusalén que celebramos este Domingo de Ramos nos muestra la alegría mesiánica del pueblo que esperaba la salvación y, también, la indiferencia de una clase dirigente instalada en sus pequeñas seguridades: «la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubría con ellas y exclamaban, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mt. 8-9). Jesús inicia en este clima de alegría y de esperanza el camino de su «hora», que va a cumplirse en un juicio de acusaciones, desprecio y muerte. Es importante iniciar este camino con una mirada de fe para no quedarnos solo con el relato de lo que acontece, sino descubrir en estos acontecimientos el alcance de una «misión» que tiene su origen en el amor de Dios, que ha enviado a su Hijo al mundo para salvarlo. También es necesario descubrirnos como destinatarios personales de este envío, para vivir de un modo pleno el sentido de esta «hora» de Jesús. No ser solo espectadores de un acontecimiento histórico, sino personas concientes de la actualidad de un hecho que permanece en el tiempo, y que se nos ofrece como el gesto definitivo del amor de un Dios que no abandona sus hijos.
En la celebración «actualizamos» un hecho histórico. ¿Qué significa esto?  Significa que aquello que aconteció una vez no queda en el recuerdo como un hecho del pasado, sino que es una realidad viva que se actualiza en el tiempo. Cuando el autor de la carta a los Hebreos nos dice que: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre» Heb. 13, 8), está definiendo el alcance y la actualidad de Jesucristo. Por ello, no hay un era post-cristiana. Existe, sí, la necesidad de actualizar en cada época la presencia de Jesucristo que sigue siendo nuestro «Camino, Verdad y Vida». No nos quedamos con el testimonio de un gran hombre, sino que celebramos la presencia actual de Jesucristo que sigue actuando de un modo único y real por su Palabra y su Gracia. Cuando despojamos a Jesucristo de su misión y dimensión divina empobrecemos, también, la vida y la esperanza del hombre. Dispongámonos a participar de su «hora» con un corazón abierto y generoso, para contemplarlo, seguirlo y descubrirnos como destinatarios de su misión. Los invito a participar de las diversas celebraciones en sus comunidades para unirnos al Señor y participar de su «hora», que es la fuente de nuestra Vida.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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