TEDEUM

El Tedeum fue encabezado por el Intendente Mario Migno en la histórica parroquia San Francisco Javier y estuvo oficiado por el cura párroco Sergio Capoccetti.

La ceremonia, que contó con la presencia de los legisladores sanjavierinos José Baucero y Adrián Simil, representantes de distintos instituciones. Al culminar se sirvió chocolate con bollitos a los asistentes.

A continuación detallamos la homilía del padre Capoccetti:

Autoridades,
Queridos hermanos y hermanas,
Agradezco su presencia en nuestro Templo Parroquial, en este momento solemne de oración.
Estamos aquí para darle gracias a Dios por nuestra patria, por su historia, por su geografía, pero sobre todo por sus hijos e hijas, que son su mayor riqueza.
Bendecimos a Dios por los héroes de Argentina; por los conocidos y los anónimos.
Damos gracias por los hombres y mujeres que ofrecieron por la patria, su sangre y sus fatigas, en la educación, en la empresa, en el servicio público, trabajando la tierra con sus manos, en el arte y las letras.

Agradecemos al Señor todos nuestros progresos, el esfuerzo de gobernantes y servidores públicos, empresarios y trabajadores, de los servidores del orden y la seguridad.
También hoy, delante del Señor reconocemos las deudas que tenemos como sociedad y que aún no hemos saldado, en especial con los hijos más pobres de nuestra tierra.

Así como agradecemos y pedimos perdón, también pedimos la bendición del Señor para los hijos de hoy, los que preparamos la herencia para los que vendrán mañana.

Estamos ya celebrando el Bicentenario y nuestro encuentro de hoy no es sólo una formalidad, una parte más de las actividades conmemorativas.
Nos reunimos porque, de una u otra manera, todos intuimos lo mismo que hace 2500 años escribió un hombre de Dios, “…si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles…si el señor no cuida la ciudad, en vano vigilan los centinelas…”.

Es muy bueno estar aquí congregados en el nombre de Dios, porque aseguramos la presencia del Señor que nos ha prometido, “…cuando dos a más se reúnan en mi nombre, yo estaré en medio de ellos…”

La construcción de la patria, que es nuestra tarea permanente, exige materiales nobles, fundamentos seguros, convicciones hondas y universales. Dios ha permitido que Argentina, en su geografía mantenga viva su identidad ligada a los valores profundos de la fe y que nos invitan a la altura, a la grandeza.

El sueño de una sociedad posible, una sociedad buena para todos, se apoya en la certeza de que hay valores comunes a todos los hombres, que están arraigados en la naturaleza humana. Construir una Argentina más fraterna, más justa no es una utopía, es una exigencia que Dios mismo siempre está impulsando en los hombres y mujeres que buscan el bien.

Queremos trabajar para que Argentina llegue a ser un hogar, y un hogar es unidad en la diversidad. El centro del hogar es la mesa donde los hijos se encuentran, comparten todo lo que hay y por el diálogo y los gestos, crecen en el amor. Por eso venimos hoy a la fuente originaria de la unidad y la diversidad que es Dios Amor. Venimos a sentarnos a la mesa de Dios.
A El queremos invocar, a El queremos escuchar para que esta hora de la patria pueda ser inundada con el sol que no conoce el ocaso.

El Papa Benedicto en su Carta sobre la caridad en la verdad, nos invita a abrir la sociedad a Dios para que podamos hacer de nuestra vida una tarea solidaria y gozosa.” Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: «Sin mí no podéis hacer nada».
Sin duda que el subdesarrollo tiene muchas causas, pero una causa aún más importante, “… es la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos… y esa fraternidad,… nace de un llamado trascendente de Dios Padre. Nuestra patria, nuestra ciudad será radicalmente diferente si nos convencemos firmemente de que hemos sido llamados a vivir juntos, a conocernos, querernos y ayudarnos.

Para que un San Javier fraterno y justo sea posible, necesitamos darle a Dios el lugar que se merece, el primero, en nuestro corazón y en el corazón de Argentina. “Sin Dios, la realidad queda sin fundamento”, como señalaba el Santo Padre en su mensaje a nuestros pueblos de Latinoamérica con ocasión de la V Conferencia de los obispos realizada en el santuario mariano de Nuestra Señora de Aparecida en Brasil.

En este día de reflexión volvamos a mirar nuestra Patria con la luz de la verdad y con el fuego de la caridad: Cuando miramos a Argentina, llenos de esperanza, vemos una tierra generosa: nuestra Argentina, llena de belleza, de desafíos éticos y, también, técnicos; vemos a nuestros compatriotas, en medio de sus cotidianas preocupaciones y alegrías; en el esfuerzo diario; vemos también oscuridades, sombras de dolor e injusticia; pobreza, cesantía y marginación de todo orden, material y espiritual.

Pero quien está unido a Dios, queridos hermanos, no ve con amargura ni con rebelión: ve con amor y actúa con amor. La caridad en la verdad. La mirada del cristiano sobre su Patria es una mirada llena de amor porque es la mirada de Cristo.

Queridos hermanos, la Patria es una misión que requiere de la gracia de Dios y la grandeza del alma generosa. Esta misión, que es única para cada hombre y mujer, para cada pueblo, no se realiza en la soledad sino en la comunión con los otros y con Dios. El progreso anhelado por todos y para todos es una elevación de todo el hombre hacia lo mejor, hacia aquello que late en su corazón como un llamado permanente: la felicidad en esta vida y en la vida eterna.

Tal como en su hora, los Padres de la Patria proclamaron su fe en la Santísima Trinidad, o como el creador de la Bandera se inspiraba en el manto de la Virgen; así nosotros, ante Dios, ante Nuestra Madre del Cielo, ante nuestros hermanos, especialmente los más postergados, los que sufren, los olvidados, debemos recordar nuestro deber de Argentinos y de cristianos y, con la fuerza de la oración, comprometiendo en ello nuestra vida y nuestro honor, debemos actuar: poner todas nuestras energías, cada uno en el lugar que ocupa en la sociedad, para que cada hombre y mujer, niño, joven y anciano; cada enfermo; cada hermano nuestro que sufre en su alma o en su carne, alcance la plenitud y el sentido de su vida aquí, en esta tierra; ahora, en este tiempo, que son importantes, porque en ellos nos jugamos no solamente la alegría de esta vida, sino la bienaventuranza eterna.
Nuestro compromiso y acción a favor del hombre no puede esperar; nuestra tardanza ahonda los dolores de tantos y abre la puerta a la violencia, que normalmente es hija de la injusticia.
La oración y la reflexión; la búsqueda de Dios en nosotros y más allá de nosotros, la deliberación eficaz de los medios para alcanzar la paz, la justicia y el desarrollo nos impulsan hoy a la acción de gracias.

Te Deum laudamus es el himno que la Iglesia entona en este solemne día de fiesta: “A tí Oh Dios te alabamos”. Te alabamos por tu bondad, por la unidad de esta querida tierra Argentina, por su diversidad, por las riquezas de sus suelos y de sus mares; pero sobre todo, por la fe que has infundido en nuestros corazones. Esta fe nos une, nos hace hermanos, nos muestra una historia común que encuentra una fuente aún anterior a la unión de las razas y culturas que han dado origen a nuestra Patria; una historia que ha comenzado en el corazón de Dios.

Queridos hermanos, la acción de gracias nos conduce, finalmente a la súplica confiada y perseverante. Nuestra sola luz y nuestras solas fuerzas no nos alcanzan para cumplir la vocación sobrenatural de nuestra Patria. Nos enseña el Papa: “sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento”.

Necesitamos de Dios. Como nuestros campos necesitan del sol y el agua para germinar y dar fruto, necesitamos de la gracia de Dios: sin ella, nada podemos, con ella, todo lo podemos.

Pidamos al Señor todo lo que necesitamos, invocando a Aquella que, nos ha sido dada como Madre y Patrona: la Santísima Virgen María, nuestra Señora del Luján. Una madre lo es todo para sus hijos: para los más pequeños, el consuelo y el refugio; para los mayores, fuente de dulzura y descanso; para los extraviados, confianza; para todos, la luz y el calor. A Ella encomendamos nuestra Patria que el Señor nos ha regalado como misión.

FUENTE: San Javier en Reflejos

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